La primera llegó al cielo hace mucho tiempo,
cada año celebro con toda la Iglesia ese glorioso día en que Dios le abrió las
puertas de su casa para recibirla en cuerpo y alma, que bien lo mereció María,
mi Santísima Madre. Y a seis meses de mi llegada a misión, las otras tres
fueron también llamadas al cielo.
Primero fue en el mes de julio, era de tarde,
cuando por un mensaje al celular, me llegó la inesperada noticia de que mi
abuela paterna había partido al cielo. Estábamos por comenzar a rezar el
Rosario, y ni pude, pues el recuerdo de quien fue como una madre para mí, se
convirtió en lágrimas. La abuelita Rafa, como la llamábamos sus nietos, con
quien compartí el mismo techo hasta antes de entrar al convento; ahí la recordé,
en ese ultimo día que estuve en casa antes de venir a misiones, levantándose un
poquito de su cama para darme un abrazo y un beso, diciéndome con su voz
quebrada para despedirme: “sí mi niña, que Diosito te acompañe”.
Después de escasos tres minutos de ese momento,
recibí la bendición de mi Mamá, y también su último abrazo y beso, y su mirada
y su cariño expresado en palabras bonitas que en la tierra no las volveré a
escuchar, porque Dios decidió, en el mes de octubre, hacérmelas llegar, no al
oído, sino al corazón y desde el cielo. ¡Qué decir de aquel otro mensaje al
celular! Los santos reciben la corona celestial, habitan en el cielo, pero su
vida permanece iluminando la tierra, esa era mi madre, María de la Luz, a
quien, en una hermosa experiencia de fe, pude brindarle mis cuidados en su
enfermedad y pude acompañarla hasta el último día de su vida en la persona de
nuestra querida mamá Pauline.
Desde las primeras hermanas que llegaron a
misión, Pauline, una bella viejecilla, nos adoptó como hijas, no fue difícil
decirle Kom (mamá), y no sólo por la facilidad de pronunciar esta palabra en
ngambay, sino porque realmente fue, y es todavía, una madre espiritual que Dios
nos regaló en la misión de Béboto. Esta vez fue en noviembre, cuando nuevamente
se abrieron las puertas del cielo para que mis cuatro mamás se encontraran
juntas ante el Dueño de la vida, adorándole en la eterna felicidad.
Cómo no recordar en este mes esas primeras
experiencias en el África. La intercesión segura de mis mamás, me han brindado
confianza, alegría y fuerza para abrazar la misión. Es la bondad de Dios que me
hizo vivir a prueba de fe y me dio a gustar el dolor que sabe a cielo.
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